
Conozco la sensación de incertidumbre y alegría, -a partes iguales-, que sentí el día que te tuve por primera vez en mis brazos. Ese miedo de no saber sujetarte, sobre todo en tu primer baño, Cayetano. Esas noches en las que necesitaba vigilar tu sueño, a costa del mío, porque tú me necesitabas, y yo necesitaba saber que respirabas. Pero siempre tuviste un sueño plácido, continuo y tranquilo, y lo primero que hacías al abrir los ojos era sonreír al mundo.
Repetí la sensación -esta vez solo de alegría-, cuando llegaste tú, Juanito, ya sin miedos… tu hermano mayor había allanado el camino durante casi cuatro años. Hubo complicación en tu parto. Lo pasé mal recorriendo los pasillos del hospital buscando ayuda, tu llegada fue algo accidentada. Pero llegaste sano, fuerte y cabrito, muy cabrito. Desde tu primera noche en el mundo, supe que iba a pasar mucho tiempo en vela. Pero tu simpatía y empatía, ya desde bebé, hizo siempre que fuera al trabajo con una sonrisa, a pesar de las ojeras.
Os he bañado, preparado vuestros biberones, vuestros desayunos y meriendas, y siempre he hecho lo posible por estar con vosotros, a cualquier precio.
Nadie puede negarme ser padre, NADIE. Llevo impreso vuestro olor, os he olisqueado centenares de veces mientras dormíais; algunas iba a vuestra cama para ello, otras tenía el placer de teneros en la mía y gozar aún más de ese aroma tan tierno que teníais en vuestra piel, en vuestro aliento.
Sufrí cuando os caísteis, o cuando enfermasteis. Cayetano, eras muy pequeño, pero yo si recuerdo cuando tropezaste de frente sobre una esquina de piedra… maldita piedra. Recuerdo el ruido seco y hueco de tu frente, cómo salí corriendo sin pensar lo que quedaba atrás, eché sobre mi hombro un cuerpo inerte, y corrí desesperado al coche. Solo cuando llegué al hospital caí en la cuenta del color y humedad de mi camisa, cubierta por tu sangre. Y cuando por fin el mal trago terminó, recuerdo cómo el cirujano venía contigo de la mano por el pasillo, vi tú frente cosida, y me dijo: “no ha llorado”.
Y Juanito, tan pequeño, parecía una mini almohada dentro de una cama de quirófano, con sus ojos vendados, las manos extendidas y reposadas sobre las sábanas, y sin poder abrir los ojos durante tantas horas. Qué bien te portaste, chiquitín.
Cayetano, eres serio, fuerte, equilibrado, inteligente, cabal… y maduro, muy maduro. Gracias a ti, por estos doce años de orgullo y enseñanza, aprendo de tu personalidad, tan equilibrada.
Juanito, eres alegre, cariñoso, dulce, empático, avispado y niño, muy niño. Gracias por estos ocho años de niñez y amor pegajoso, tú me has enseñando lo que es ser niño de verdad.
Sé que alguna noche, no lejana y de luna menguante, añadiré al menos otro nombre a este relato, lo deseo… otro nombre al que podré dedicar frases dulces, como ahora hago con vosotros. Y compartiréis la maravilla de ampliar este equipo que ahora tenemos. Dios proveerá y el tiempo lo dirá.
Este padre que os escribe, y que jamás pensó en serlo -curiosidades del destino-, no sabría vivir sin veros. Os quiero con toda mi alma. Gracias por haber sido mi única alegría durante tantos y tantos años.
Feliz día de San José. Feliz día del Padre.
Juanma de la Torre